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El cultivar tradiciones rectas

 



"Las tradiciones edificantes... aquellas que fomentan el amor por Dios,la unidad en la familia y entre las demás personas son de especial importancia".

Siempre estaré agradecido por haber nacido y haber sido criado en Hawai, tierra que forma parte de lo que las Escrituras llaman "las islas del mar". La llaman también un "crisol de culturas diversas", y otros, con más exactitud, dicen que esas islas son como un "guiso delicioso" en el que todas las culturas mantienen su propia identidad pero que se unen para formar una sociedad armoniosa de la que todos pueden disfrutar. El haber prestado servicio misional en Inglaterra, haber pasado mucho tiempo en Estados Unidos continental y ahora vivir y prestar servicio en Asia, ha hecho que desde hace mucho tenga interés en la cultura y en las tradiciones, y en la forma en que éstas influyen en nuestro aspecto, en nuestros pensamientos y en nuestros hechos. El diccionario define la cultura como el "conjunto de modos de vida y costumbres… grado de desarrollo artístico, científico e industrial, [de un] grupo social" (Diccionario de la Real Academia Española). Las tradiciones --hábitos de conducta trasmitidos de generación en generación-- son parte inherente de una cultura. Nuestra cultura y sus tradiciones sirven para establecer nuestro sentido de identidad y satisfacen la necesidad humana de pertenecer a algo.

En cuanto a las tradiciones que complementan el Evangelio de Jesucristo, Pablo amonestó a los tesalonicenses: "Así que… estad firmes, y retened la doctrina [tradición] que habéis aprendido" (2 Tesalonicenses 2:15). En la Iglesia tenemos magníficas tradiciones que nos recuerdan la fortaleza y el sacrificio de nuestros antepasados e inspiran nuestros hechos. Entre ellas están la laboriosidad, la frugalidad y una dedicación plena a una causa justa. Otras están basadas en una doctrina y en normas que podrían parecer extrañas para el mundo, pero que concuerdan con las pautas de Dios. Entre ellas se encuentran una conducta casta, modestia en el vestir, evitar el lenguaje vulgar, guardar el día de reposo, cumplir con la Palabra de Sabiduría y el pago de los diezmos.

Aun en la cultura étnica, hay muchas tradiciones que puedenreafirmar las normas y los principios del Evangelio. Por ejemplo, los antiguos hawaianos tenían una costumbre, el espíritu de la cual se manifiesta todavía entre muchos isleños. Cuando se saludaba a una persona, uno se acercaba cara a cara y decía "ha" sobre su rostro, expulsando el aliento para que la otra persona lo pudiera sentir. La traducción literal de "ha" es "el aliento de vida". Era una forma de dar de sí y de demostrar un profundo sentimiento de hermandad y afecto por el prójimo. Cuando los extranjeros llegaron por primera vez a Hawai, no demostraron ese mismo respeto por los demás y fueron llamados "haole" por los nativos, palabra que significa "sin ha".

Si hay personas que deberían tener "ha", o sea, un intenso sentimiento de caridad y compasión por los demás, esas deberían ser los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Un verdadero Santo de los Últimos Días posee un amor por los demás que es compatible con la creencia de que todos somos hermanos y hermanas.

Las tradiciones edificantes cumplen la importante función de guiarnos hacia las cosas del Espíritu; y aquellas que fomentan el amor por Dios, la unidad en la familia y entre las demás personas son de especial importancia.

Sin embargo, el poder de la tradición representa un peligro significativo, ya que puede ser la causa de que olvidemos nuestro patrimonio celestial. Para alcanzar metas eternas, debemos conciliar nuestra cultura terrenal con la doctrina del Evangelio sempiterno. Ese proceso requiere adoptar todo lo que sea espiritualmente edificante de las tradiciones de nuestra familia y de nuestra sociedad, y descartar todo aquello que sea una barrera para nuestra perspectiva y nuestros logros eternos. Debemos despojarnos del hombre y de la mujer "natural" que describió el rey Benjamín, y hacernos santos al someternos "al influjo del Santo Espíritu" (véase Mosíah 3:19).

Para advertirnos de ese peligro y de su gravedad, también el profeta José Smith fue inspirado a aclarar una de las epístolas de Pablo al pueblo de Corinto, declarando: "Y aconteció que los hijos, habiéndose creado bajo la sujeción de la ley de Moisés, se guiaban por las tradiciones de sus padres y no creían en el evangelio de Cristo, de manera que llegaron a ser inmundos" (D. y C. 74:4).

Les ruego que no hagan oídos sordos a esto y no piensen que este principio se aplica sólo a los demás y a su cultura; sepan que es tan válido para ustedes como lo es para mí, en dondequiera que vivamos y sea cual fuese nuestra situación familiar.

Las tradiciones que no deseamos son las que nos impiden efectuar las sagradas ordenanzas y guardar los sagrados convenios. Nuestra guía debe ser la doctrina que enseñan las Escrituras y los profetas. Las tradiciones que subvaloran el matrimonio y la familia, que degradan a la mujer o que no reconocen la majestuosa función que Dios les ha otorgado, que honran el éxito temporal más que el espiritual o que enseñan que el depender de Dios equivale a tener un carácter débil, todas ésas nos alejan de las verdades eternas.

De todas las tradiciones que debemos cultivar dentro de nosotros y de nuestras familias, "la tradición de la rectitud" debe estar en primer lugar. Un sello distintivo de esta tradición es un amor inquebrantable por Dios y por Su Hijo Unigénito, respeto por los profetas y por el poder del sacerdocio, la búsqueda constante del Espíritu Santo y la disciplina del discipulado que transforma el creer en hacer. Una tradición de rectitud determina una forma de vida que acerca a los hijos a sus padres y ambos a Dios, y hace que la obediencia no sea una carga sino una bendición.

En un mundo donde las tradiciones muchas veces confunden lo correcto con lo incorrecto:

  • Nos inspira la valentía de toda persona joven que guarda el día de reposo, que cumple con la Palabra de Sabiduría y que permanece casta cuando la cultura popular ha establecido que lo opuesto no sólo es aceptable sino que se espera que se haga.

  • Nos inspira la sabiduría de todo hombre que haya logrado alcanzar una carrera que le permita cumplir con su responsabilidad principal de guiar espiritualmente a su familia, cuando para el mundo tienen más valor la riqueza y el poder.

  • Nos inspira la nobleza de todo marido y de toda mujer que hayan establecido una relación de igualdad y afecto cuando es tan común en ésta el egoísmo y la indiferencia.

    Cuando se comienza a comprender y a experimentar la naturaleza divina de nuestra vida, no deseamos que nada temporal se interponga en nuestra jornada celestial.

Humilde ante la responsabilidad, pero gozoso de la oportunidad de predicar el Evangelio y de dar testimonio en todo el mundo, ratifico mi conocimiento de las verdades eternas y de la cultura sempiterna. Yo testifico de 15 hombres que poseen llamamientos proféticos y autoridad apostólica, entre los que se encuentra el presidente Gordon B. Hinckley, que preside con dignidad, visión y un claro sentido de la tradición de rectitud. Pero lo más importante es que testifico del Salvador y Redentor de la humanidad, de Su Iglesia y de Su amor expiatorio. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Tradiciones rectas

Con las tradiciones que estamos creando en nuestra familia, ¿será más fácil para nuestros hijos seguir a los profetas vivientes?

Desde que tengo memoria, mi padre llevaba en la mano izquierda un anillo con un hermoso rubí, el que heredó mi único hermano. Supongo que llegará a ser una tradición en nuestra familia, un legado que pasará de generación en generación; será una buena tradición, llena de dulces recuerdos.

Todos tenemos tradiciones en nuestra familia; algunas son materiales y otras encierran gran significado. Las más importantes se relacionan con la manera en que vivimos y perdurarán al influir y moldear la vida de nuestros hijos. En el Libro de Mormón leemos sobre los lamanitas, en quienes tuvieron una gran influencia las tradiciones de sus padres. El rey Benjamín dijo que era un pueblo que no sabía nada de los principios del Evangelio, “y ni siquiera [los] creen cuando se [los] enseñan, a causa de las tradiciones de sus padres, las cuales no son correctas” (Mosíah 1:5).

Y nosotros, ¿qué clase de tradiciones tenemos? Algunas tal vez provengan de nuestros padres, y ahora las transmitimos a nuestros hijos. ¿Son las tradiciones que deseamos? ¿Se basan en hechos de rectitud y de fe? ¿Son, en su mayor parte, de naturaleza material o son eternas? ¿Nos esforzamos de verdad por crear tradiciones rectas o la vida simplemente nos está pasando de largo? ¿Creamos nuestras tradiciones en respuesta a las voces estridentes del mundo o en base a la influencia de la voz dulce y apacible del Espíritu? De acuerdo con las tradiciones que estamos creando en nuestra familia, ¿será más fácil para nuestros hijos seguir a los profetas vivientes o será difícil hacerlo?

¿Cómo determinamos cuáles serán nuestras tradiciones? En las Escrituras encontramos un gran modelo; en Mosíah 5:15 dice: “Por tanto, quisiera que fueseis firmes e inmutables, abundando siempre en buenas obras”.

Me encantan esas palabras, ya que sabemos que las tradiciones se forman con el tiempo al repetir las mismas cosas una y otra vez. Si somos firmes e inmutables en hacer lo bueno, nuestras tradiciones se arraigarán en la rectitud. Sin embargo, tengo una duda: ¿cómo determinamos lo que es bueno o, lo que es más importante, aquello que es suficientemente bueno? Otro pasaje que nos brinda un poco más de información se encuentra en 3 Nefi 6:14. Habla de personas “que se habían convertido a la verdadera fe; y no quisieron separarse de ella, porque eran firmes, inquebrantables e inmutables; y estaban dispuestos a guardar los mandamientos del Señor con toda diligencia”.

De eso aprendemos que nuestra conversión a la “verdadera fe” antecede a nuestra aptitud de permanecer firmes, inquebrantables e inmutables en guardar los mandamientos; esa conversión es una firme creencia en Jesucristo como nuestro Redentor. Un testimonio de ello se encuentra en el Libro de Mormón, que es “otro testamento de Jesucristo” y va de la mano con la Biblia al proclamar la divinidad y la misión de Jesucristo, así como la realidad de un Padre Celestial viviente. Todo profeta de quien se hace mención en esos libros sagrados da su testimonio personal de estas cosas, y de las enseñanzas sobre la forma en que debemos vivir a fin de participar de la Expiación y de encontrar la paz y la felicidad.

Sólo hay una manera de convertirnos y es por medio de un testimonio del Espíritu al estudiar esos mismos pasajes que testifican de Jesucristo; se logra al orar y ayunar y sólo cuando tenemos un profundo deseo de conocer la verdad. Nuestra motivación debe ser la de buscar la verdad sin reservas en vez de justificar nuestras acciones al buscar errores en las Escrituras, en las enseñanzas de los profetas o en la Iglesia misma. Debemos esforzarnos por oír las interpretaciones del Espíritu en vez del entendimiento del mundo. Debemos tener corazones y mentes receptivos, aceptar el camino del Señor y, si es necesario, cambiar nuestro modo de vivir. La conversión personal se logra al empezar a vivir como el Señor desea que vivamos firmes e inmutables en guardar todos los mandamientos, no sólo los que nos convengan. Esto llega a ser un proceso de refinamiento si nos esforzamos para que cada día sea mejor que el anterior; de este modo, nuestras tradiciones se convierten en tradiciones de rectitud.

Quisiera que todos tomásemos un momento para meditar en nuestras tradiciones y la forma en que tal vez estén influyendo en nuestra familia. Las tradiciones de la observancia del día de reposo, la oración familiar, el estudio familiar de las Escrituras, el servicio y la actividad en la Iglesia, así como los ejemplos de respeto y lealtad en el hogar tendrán un profundo impacto en nuestros hijos y en su futuro. Si los padres nos basamos en las enseñanzas de las Escrituras y de los profetas de los últimos días, no nos equivocaremos. Si cada vez que hay un desafío, primeramente volvemos nuestro corazón a nuestro Padre Celestial para recibir Su guía, estaremos seguros; si nuestros hijos saben nuestra postura y si siempre estamos en el lado del Señor, sabremos que es allí donde debemos estar.

Ahora bien, lo importante es que siempre nos esforcemos por hacer estas cosas. No seremos perfectos en ello y nuestra familia no siempre responderá de manera positiva, pero estaremos edificando un firme cimiento de tradiciones rectas de las que nuestros hijos puedan depender; ellos pueden aferrarse a ese cimiento en momentos difíciles, y volver a él si llegaran a desviarse por un tiempo.

Al final de su vida, mi padre nos dejó a nosotros, sus hijos, mucho más que un anillo con un rubí. Su cuerpo estaba desgastado; pero, en realidad, era un pilar de fortaleza, un ejemplo de rectitud y de verdad. Su vida misma encerraba las tradiciones que hoy nos dan fortaleza a pesar de que ya no esté con nosotros; él era “firme e inmutable, [dispuesto] a guardar los mandamientos del Señor con toda diligencia”.

¿Podemos hacer lo mismo por nuestros hijos? ¿Qué legado les estamos dejando hoy? ¿Cuál será el que les dejemos mañana? Eso empieza con nosotros mismos. ¿Estarán su corazón y su vida llenos de tradiciones que les facilitarán aceptar y seguir al Señor y a los profetas de los últimos días? ¿Podremos, como familias, reclamar las bendiciones prometidas de “…que Cristo, el Señor Dios Omnipotente, pueda sellaros como suyos, a fin de que seáis llevados al cielo, y tengáis salvación sin fin, y vida eterna” (Mosíah 5:15)?

Hermanos y hermanas, ¡sé que podemos hacerlo! Sé que Dios nos ama y está ansioso por ayudarnos a venir a Él. Todos podemos saber que estas cosas son ciertas. ¡Sé que lo son! Sé que Dios vive; Jesucristo es Su Hijo y nuestro Redentor. El evangelio de Jesucristo es verdadero; está en las Escrituras y ellas testifican de él. Hoy día tenemos un profeta verdadero y viviente: el presidente Thomas S. Monson, quien ha sido preparado y levantado en esta época para dirigir la Iglesia del Señor.

Si somos “firmes e inmutables” en guardar los mandamientos de Dios, aseguraremos las bendiciones de los cielos para nosotros y para nuestra familia.

Ruego que sintamos esto en lo profundo de nuestro corazón y de nuestra vida, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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