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Jesucristo, el divino Redentor del mundo


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Una de las responsabilidades más importantes de José Smith como el Profeta de la Restauración era testificar de Jesucristo. Él fue bendecido para tener un conocimiento personal de la divinidad de Jesucristo y para entender Su misión como Redentor del mundo. Ese conocimiento comenzó con la Primera Visión, en la cual el joven José vio al Padre Celestial y a Jesucristo y oyó al Padre decir: “Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!” (José Smith—Historia 1:17). En esta experiencia sagrada, José Smith tuvo el privilegio de recibir instrucciones del Salvador del mundo.

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Casi doce años después, el 16 de febrero de 1832, el Profeta, junto con Sidney Rigdon como escribiente, traducía la Biblia en casa de John Johnson, en Hiram, Ohio. Después de que el Profeta tradujo Juan 5:29, donde se describe la resurrección de los que son buenos y de los que son malos, se abrió una visión ante ambos hombres, y vieron al Salvador y conversaron con Él:
“Fueron abiertos nuestros ojos e iluminados nuestros entendimientos por el poder del Espíritu, al grado de poder ver y comprender las cosas de Dios, aun aquellas cosas que existieron desde el principio, antes que el mundo fuese, las cuales el Padre decretó por medio de su Hijo Unigénito, que estaba en el seno del Padre aun desde el principio, de quien damos testimonio, y el testimonio que damos es la plenitud del evangelio de Jesucristo, que es el Hijo, a quien vimos y con el cual conversamos en la visión celestial…
“Y vimos la gloria del Hijo, a la diestra del Padre, y recibimos de su plenitud; y vimos a los santos ángeles y a los que son santificados delante de su trono, adorando a Dios y al Cordero, y lo adoran para siempre jamás.

“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!

En todas las dispensaciones, el pueblo de Dios ha confiado en la expiación de Cristo para la remisión de sus pecados.

“La salvación no podría venir al mundo sin la mediación de Jesucristo”.
“Dios… preparó un sacrificio en el don de Su propio Hijo que sería enviado en el debido tiempo para preparar el camino o abrir la puerta por la cual el hombre podría entrar en la presencia del Señor, de la cual había sido echado por su desobediencia. De cuando en cuando, en distintas épocas del mundo, estas buenas nuevas llegaron a los oídos de los hombres hasta la venida del Mesías.

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“Por la fe en esta Expiación o plan de redención, Abel ofreció a Dios un sacrificio aceptable de las primicias del rebaño. Caín ofreció del fruto de la tierra, y no fue aceptado, porque no pudo hacerlo con fe; no podía tener fe ni podía ejercer una fe que se opusiera al plan celestial. Para expiar por el hombre, era necesario el derramamiento de la sangre del Unigénito, porque así lo disponía el plan de redención; y sin el derramamiento de sangre no había remisión; y en vista de que se instituyó el sacrificio como símbolo mediante el cual el hombre habría de discernir el gran Sacrificio que Dios había preparado, no se podría ejercer la fe al ofrecer un sacrificio contrario, porque la redención no se pagó de esa manera, ni se instituyó el poder de la Expiación según ese orden. Por consiguiente, Caín no pudo haber tenido fe, y, lo que no se hace por la fe, es pecado. Pero Abel ofreció un sacrificio aceptable mediante el cual recibió testimonio de que era justo, y Dios mismo le testificó de sus dones [véase Hebreos 11:4].

“Ciertamente, verter la sangre de un animal no beneficiaría a nadie, a menos que se hiciese como imitación o símbolo o explicación de lo que se iba a ofrecer por medio del don de Dios mismo; y esto debería hacerse fijando su vista hacia adelante, con fe en el poder de ese gran Sacrificio para la remisión de los pecados…
“…No podemos creer que los antiguos de todas las épocas no hayan tenido ningún conocimiento del sistema celestial, como muchos suponen, porque todos los que se han salvado, se salvaron mediante el poder de este gran plan de redención, tanto antes de la venida de Cristo como después; si no fuera así, Dios habría puesto en marcha diferentes planes (si podemos decirlo) para llevar a los hombres a morar otra vez con Él; y eso no podemos creerlo, pues no ha habido cambio en la constitución del hombre desde que cayó, y la ordenanza o la institución de ofrecer sangre en sacrificio tenía por objeto continuar sólo hasta que Cristo fuese ofrecido y derramara Su sangre, como ya se dijo, a fin de que el hombre pudiera esperar con fe esa época…


“Podemos deducir, según estas notables palabras de Jesús a los judíos, que la ofrenda del sacrificio tenía por objeto orientar los pensamientos hacia Cristo: ‘Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó’ [Juan 8:56]. De manera que el hecho de que los antiguos ofrecieran sacrificios no les impedía escuchar el Evangelio; antes bien servía, como hemos dicho, para abrirles los ojos y permitirles fijar su vista hacia el tiempo de la venida del Salvador y regocijarse en Su redención… concluimos que cuando el Señor se revelaba a los hombres en los días antiguos y les mandaba que le ofrecieran sacrificios, lo hacía para que mirasen con fe hacia el tiempo de Su venida, y confiasen en el poder de esa Expiación para la remisión de sus pecados. Y eso es lo que han hecho los miles que nos han precedido, cuyos vestidos están sin mancha, e igual que Job, esperan con una convicción semejante a la de él, que en su carne lo verán en el postrer día sobre la tierra [véase Job 19:25–26].

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El profeta Brigham Young dijo:



El Evangelio que predicamos es el poder de Dios para salvación; y el primer principio de ese Evangelio es… fe en Dios y fe en Jesucristo, Su Hijo, nuestro Salvador. Es necesario que creamos que Él es el Personaje que las sagradas Escrituras describen… Tenemos que creer que este mismo Jesús fue crucificado por los pecados del mundo (DBY, 153).


Cuando creemos en los principios del Evangelio y obtenemos la fe, que es un don de Dios, Él aumenta nuestra fe, agregando fe sobre la fe. Él proporciona fe a todas Sus criaturas como un don, pero éstas poseen inherentemente el privilegio de creer si el Evangelio es verdadero o es falso (DBY, 154).
Si hablamos de ella en un sentido general, la fe es el poder de Dios mediante el cual los mundos son y fueron creados, y es un don de Dios para todos los que creen y obedecen Sus mandamientos. Por otro lado, ningún ser viviente e inteligente, ya sea que se halle o no al servicio de Dios, jamás actúa sin tener una creencia. Más bien le convendría vivir sin respirar antes de vivir sin el principio de la creencia. Pero debe creer la verdad, obedecer la verdad y practicar la verdad para obtener ese poder de Dios llamado fe (DBY, 153).
Tenemos la obligación de confiar en nuestro Dios; y ésta es la base de todo lo que podemos hacer nosotros mismos (DBY, 154).



Mientras los Santos de los Últimos Días sean dignos de sus privilegios y ejerzan su fe en el nombre de Jesucristo, y vivan disfrutando constantemente la plenitud del Espíritu Santo día tras día, nada hay sobre la faz de la tierra que podrían pedir y que no se les concedería. El Señor está esperando manifestar Su gracia a este pueblo y derramar sobre él riquezas, honor, gloria y poder a fin de que así puedan poseer todas las cosas, de conformidad con las promesas que Él ha hecho por medio de Sus Apóstoles y Profetas (DBY, 156).

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Jesucristo ofreció a la humanidad una Expiación infinita.

Los Santos de los Últimos Días creen en la Expiación del Salvador, y yo quisiera que los élderes de Israel comprendieran en su totalidad todos los puntos de doctrina que se relacionen con la redención de la familia humana, a fin de que puedan saber cómo hablar sobre ellos y explicarlos (DNSW, 18 de agosto, 1874, 2).
Jesús vino para establecer Su reino espiritual o inaugurar un código moral que posibilite la exaltación de los espíritus humanos hacia la santidad y hacia Dios, a fin de que puedan así merecer una resurrección gloriosa y el derecho a reinar en la tierra cuando los reinos de este mundo se conviertan en reinos de nuestro Dios y de Su Cristo. También vino a presentarse como el Salvador del mundo, verter Su sangre en el altar de la Expiación, y abrirles el camino de la vida a todos los que en Él crean (DNW, 13 de agosto, 1862, 1).

En el mismo momento en que se descartase la Expiación del Salvador, en ese mismo instante y espontáneamente, quedarían destruidas todas las esperanzas de salvación que el mundo cristiano abriga y no tendríamos nada más en qué confiar. Si ello sucediese, todas las revelaciones que Dios haya dado al pueblo judío, a los gentiles y a nosotros mismos dejarían de tener valor alguno e inmediatamente perderíamos toda esperanza (DBY, 27).


Jesús fue designado desde el principio a morir para nuestra redención y sufrió una muerte agonizante en la cruz (DBY, 27).
Con respecto a Jesús y a Su Expiación, puedo decirles (así está escrito y yo lo creo con firmeza) que Cristo murió por toda la humanidad. Él pagó por completo la deuda, ya sea que ustedes acepten o no Su ofrenda. Pero si continuamos pecando, mintiendo, robando, dando falso testimonio, es necesario que nos arrepintamos de ello y abandonemos el pecado para obtener todo el beneficio que la sangre de Cristo provee; de lo contrario, no tendrá efecto ninguno. El arrepentimiento debe ocurrir a fin de que la Expiación sea de beneficio para nosotros. Cese de hacer el mal todo aquel que esté haciendo el mal; dejen de vivir en transgresión, no importa cuál sea ésta; vivan en cambio cada día de su vida de conformidad con las revelaciones que se nos han dado, de modo que sus ejemplos puedan ser dignos de emulación. No olvidemos que nunca dejaremos de estar fuera del alcance de nuestra religión, ¡nunca, nunca! (DBY, 156–157).

La Expiación de Cristo hace factible el perdón para todo aquel que tiene fe, se arrepiente y obedece a Dios.

La ignorancia y el pecado se admitieron en la tierra. El hombre probó el fruto prohibido de acuerdo con un plan diseñado en la eternidad a fin de que la humanidad pudiera ponerse en contacto con los principios y los poderes de la ignorancia, conociera la diferencia entre lo amargo y lo dulce, el bien y el mal, y distinguiera entre la luz y las tinieblas, de modo que lograra recibir la luz continuamente (DBY, 61).
Este Evangelio salvará a toda la familia humana; la sangre de Jesús expiará nuestros pecados siempre y cuando aceptemos las condiciones que Él ha establecido; pero debemos aceptar dichas condiciones o de nada nos beneficiará (DBY, 7–8).


REFERENCIAS:

Jesucristo, el divino Redentor del mundo

Cómo aceptar la Expiación de Jesucristo

Fe en el Señor Jesucristo

Pagina:Doctrina SUD, LDS. Básica y Profunda.


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Doctrina SUD. LDS.Basica y Profunda (original).


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