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VENEZUELA, TIERRA DEL SERVICIO AL PRÓJIMO



El dia 08 de enero la presidencia de la Sociedad de Socorro compuesta por las hermanas Luidrianny de Perdomo y Marisol de Lopez junto a la especialista de Bienestar, la hermana Heriberta Malavé. fueron acompañadas por los hermanos del cuorum de Elderes del Barrio Cumaná, Estaca Cumaná - Venezuela, Area Suramerica Noroeste; acudieron a prestar servicio en el Hospital Antonio Patricio de Alcalá SAHUAPA . Llevando un pequeño desayuno, revistas Liahona a los pacientes y acompañantes que se encontraban en el servicio de emergencias de ese hospital. Agradecemos a la hermana Liliana Panagua por compartir con nosotros esta hermosa experiencia. A pesar de las limitaciones, hicieron una labor de amor demostrando que viven el evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

Muchas veces somos como el joven mercader de Boston, quien, según cuenta la historia, en 1849 se vio atrapado en el fervor de la fiebre del oro de California. Vendió todas sus posesiones para buscar su fortuna en los ríos de California, los cuales, según le habían dicho, estaban llenos de pepitas de oro tan grandes que apenas se podían cargar.
Día tras día, el joven sumergía su batea en el río y salía vacía. Su única recompensa era una pila creciente de piedras. Desalentado y en ruinas, estaba listo para abandonar la empresa; hasta que un día un viejo buscador de oro con experiencia le dijo: “Muchacho, vaya montón de piedras que tienes ahí”.
El joven respondió: “Aquí no hay oro; me voy a volver a casa”.




El viejo buscador de oro caminó hacia el montón de rocas y dijo: “Claro que hay oro aquí; sólo tienes que saber dónde buscarlo”; tomó dos piedras en las manos y golpeó una contra la otra. Una de las rocas se partió y mostró varias partículas de oro que brillaban bajo el sol.
Mirando la bolsa de cuero repleta que el buscador de oro tenía atada a la cintura, el joven dijo: “Busco pepitas como las de la bolsa, no partículas microscópicas”.
El viejo buscador le mostró la bolsa al joven, quien al mirar dentro esperaba ver varias pepitas grandes; pero se sorprendió al ver que estaba llena de miles de partículas de oro.
El viejo buscador, dijo: “Hijo, me parece que estás tan ocupado buscando pepitas grandes que te pierdes la oportunidad de llenar tu bolsa con estas preciosas partículas de oro. La acumulación paciente de estas pequeñas partículas me ha dado una gran fortuna”.
Este relato ilustra la verdad espiritual que Alma enseñó a su hijo Helamán:
“Por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas…
y por medios muy pequeños el Señor… realiza la salvación de muchas almas” (Alma 37:6–7).
Hermanos y hermanas, el evangelio de Jesucristo es sencillo, no importa lo mucho que nos esforcemos por complicarlo. Similarmente, debemos esforzarnos por mantener nuestra vida sencilla, libre de influencias extrañas, centrada en lo que más importa.




¿Cuáles son las cosas preciosas y sencillas del Evangelio que aportan claridad y propósito a nuestra vida? ¿Cuáles son las partículas de oro del Evangelio que acumuladas pacientemente en el transcurso de nuestra vida nos brindarán el máximo tesoro: el precioso don de la vida eterna?
Creo que hay un principio sencillo y a la vez profundo, aun sublime, que abarca la totalidad del evangelio de Jesucristo. Si atesoramos ese principio de todo corazón, y lo convertimos en el centro de nuestra vida, nos purificará y santificará para que podamos vivir de nuevo en la presencia de Dios.
El Salvador habló de ese principio cuando le respondió al fariseo que le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?
“Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente.
“Éste es el primero y grande mandamiento.
“Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:36–39).
Sólo cuando amemos a Dios y a Cristo con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente, seremos capaces de compartir ese amor con nuestro prójimo mediante actos de bondad y de servicio, de la manera en que el Salvador nos amaría y serviría a todos si estuviera hoy entre nosotros.
Cuando ese amor puro de Cristo, la caridad, nos envuelve, pensamos, sentimos y actuamos más como nuestro Padre Celestial y Jesús piensan, sienten y actúan. Nuestra motivación y el deseo sincero son semejantes a los del Salvador. Él compartió ese deseo con Sus apóstoles en la víspera de Su crucifixión. Él dijo:
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado …
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Juan 13:34–35).
El amor que describe el Salvador es un amor activo; no se manifiesta por medio de acciones grandiosas y heroicas, sino por medio de actos sencillos de bondad y de servicio.




Hay miles de formas y circunstancias en las que podemos servir y amar a los demás. Me gustaría sugerir algunas.
En primer lugar, la caridad empieza por casa. El principio más importante que debería regir todo hogar, es la práctica de la regla de oro; es decir, la admonición del Señor de que “todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12). Imagínense por un momento cómo se sentirían si fueran ustedes los receptores de palabras o actos desconsiderados. Enseñemos a los miembros de nuestra familia, por medio del ejemplo, a tener amor unos por otros.

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2 comentarios:

  1. Me encantó este artículo y sobre todo la musica que le acompañaba mientras leía. Gracias por lo que hacen

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  2. quien lo escribió, se que termina en panagua y su nombre emieza por L

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